El niño viene al mundo -es concebido- con un proyecto de desarrollo. Las circunstancias de la vida hacen que en todo y en partes dicho proyecto sea llevado a cabo. El niño depende, para el efectivo desarrollo de sus potencialidades, de los estímulos satisfactores que a su paso va hallando.
Si todo va bien, el entorno principalmente satisfactor logra que el niño confíe en su entorno. En tal caso su interacción con el mundo le genera placer. Hay distensión muscular y emocional, el estado habitual es de alegría. El niño desarrolla una confianza primordial.
Si el entorno es principalmente insatisfactor, el niño aprende a desconfiar de su entorno. Estas interacciones generan displacer. Hay tensión muscular y emocional, el estado habitual es de ansiedad. El niño desarrolla una desconfianza primordial.
La comunicación de la satisfacción, y por tanto la generación de placer, distensión, alegría y confianza, nunca se deben a un satisfactor aislado. Una sonrisa se presenta en un rostro, una palabra se sostiene en una voz determinada. Siempre enviamos al niño paquetes estimulares, nunca estímulos aislados.
Una condición imprescindible para la generación de confianza es la vivencia por el niño de una aproximación blanda, flexible, delicada, dulce, suave. Es la ternura.
La ternura se refiere a todas las dimensiones del ser humano. La ternura es biológica, emocional, cognitiva, espiritual a la vez.
La administración de ternura exige que quien muestra su ternura esté confiado. Es la confianza de uno el que permite la ternura, que permite la confianza del otro.
La ternura es parte de la amabilidad. Si bien se observa, este último término explica tanto la aplicación de la ternura (es amable quien la aplica) como la recepción de la ternura (el receptor es amable, en el sentido de que se ha considerado que merece amor).
La amabilidad, la ternura y la confianza generan un lazo afectivo potente. Facilitan enormemente que las interacciones se transformen en una relación: un nosotros, con emociones agradables propias de nosotros, vinculantes.
Es dentro de la relación que mejor surge la solidaridad, me hago sólido contigo, te acompaño.
Ternura, amabilidad, confianza, solidaridad producen pertenencia. Son satisfactores de esta necesidad primordial: Pertenezco a nosotros, soy parte y respondo -me hago responsable- con lo que me han dado: ternura, amabilidad, confianza, solidaridad.
La ternura produce compasión. No en el sentido de pena o lástima por el otro, sino en el sentido de acompañamiento de las pasiones, las emociones. La ternura es el fondo en que abreva la comunicación abierta (y confiada) de las emociones.
Se satisfacen así las demás necesidades primordiales: seguridad, afecto, aceptación, valoración. El que es tratado con ternura se siente reconocido placenteramente como humano.
Si hay ternura no hay miedo, no hay hostilidad, no hay lugar al sometimiento ni a la seducción del otro.
En educación, salud y acción social se deberá tener siempre presente: La confianza mueve a la ternura. La ternura genera confianza.