El ser humano es definido usualmente por lo primero que se ve: el cuerpo biológico. Sin embargo, podemos definirlo asimismo según otras dimensiones, simplemente porque no es concebible sin ellas: El ser humano es simultáneamente siempre un ser físico-molecular, constituido por átomos y moléculas; un ser biológico, hecho de células y órganos; un ser emocional, con ciertas emociones y no otras; un ser cognitivo, una suma de determinados pensamientos; y un ser espiritual, algo indescifrable e incognoscible, lo más central, el alma, la esencia, que lo liga con todo lo demás.
Pero estas dimensiones sólo son maneras de observar a la persona. En verdad, ella es siempre todo eso, y no puede ser menos que eso. Es el observador quien, para entender, debe fragmentar. Yo no soy multidimensional, sino unidimensional. No estoy hecho de fragmentos. Pero tú sólo puedes ver fragmentos de mí.
En otras palabras, todo lo que acontezca en un individuo tendrá lugar en todo él. Cualquier fenómeno, por trivial o importante que sea, será un fenómeno que podrá leerse en todas esas dimensiones, con cada una de esas lupas.
Así, no hay un dolor de cabeza, o un resfrío, o una enfermedad significativa, que sólo sean “orgánicos”, o sólo emocionales o sólo productos de pensamientos. Es cada profesional el que leerá esa conducta o ese síntoma con la lupa que ha aprendido a utilizar. Mi asma o mi ataque de pánico, mi dolor de abdomen o de pies, mi ronquera o mi calambre serán vistos fragmentariamente. Y por lo tanto diagnosticados fragmentariamente y tratados en consecuencia: Si creo que es un fenómeno corporal, por ejemplo, daré un remedio para modificar asuntos biológicos. Si creo que es un asunto emocional, aplicaré psicoterapia. Si creo que es espiritual, le impondré las manos o rezaré.
Cuando una persona -de bebé a geronte- se desestabiliza, esto es, altera su salud, hay siempre inicialmente una distorsión emocional, muchas veces no consciente. Si ésta no es resuelta, se transforma en un padecimiento funcional del cuerpo biológico; y si éste no es resuelto, el organismo biológico se altera estructuralmente, y la situación se cronifica.
Sólo una medicina superficial puede dar por curada una afección (corporal) cuando nada se hizo por sus orígenes, emocionales (sus afectos) o incluso espirituales.
En ocasiones, el sufrimiento emocional no se expresa a través de los órganos del cuerpo biológico, sino a través de la conducta. Lo vemos entonces como fenómenos externos al cuerpo, cuando en realidad son fenómenos que el organismo (biológico) expresa a través de movimientos: de los gestos, de la voz, del cuerpo entero. Otra vez la fragmentación: Se intenta a veces solucionar solamente el “problema de conducta”, tanto sean inquietud o llanto o comportamientos inaceptables.
El problema “orgánico” y el problema “de conducta” son, así, formas de expresión, de padecimientos generales de todo el ser humano. Ambas formas, por consiguiente, responden en sentido amplio a la categoría de “psicosomáticas”, simplemente porque todo fenómeno humano lo es.
Cuando la emoción no puede ser llevada a la expresión natural (la verbalización) se desvía de su cauce e insiste en expresarse. Así aparece -en forma no consciente- la expresión anómala, en los órganos o en la conducta, denunciando la emoción de todos modos.
La palabra “psicosomática” es un esfuerzo de integración (entre la “psique” y el “soma”, el alma y el cuerpo), dos fragmentos que deben entenderse unidos. Pero el ser humano es más que eso: Es un todo único.
Lo realmente terapéutico es la captación del todo, permitiendo el normal reencauzamiento de la necesidad de expresión.