Los Trastornos Generalizados del Desarrollo (TDG) son conocidos asimismo como Trastornos del Espectro Autista. Hasta hace unas décadas se los conocía como psicosis tempranas o, simplemente, autismos.
Se trata siempre de cuadros en los que la historia personal ha sufrido un alto impacto -en general, pero no siempre- de origen ambiental, y absolutamente siempre con consecuencias emocionales, cognitivas y sociales devastadoras.
El bloqueo generalizado del desarrollo se produce en edades tempranísimas, durante el primer año de vida (y habría que pensar que en algunos casos podría suceder incluso antes de nacer) como respuesta a dichos impactos. La intensidad del bloqueo, siempre mayúscula, determina la emocionalidad alterada, con un síntoma principal y fundamental: el Pánico. La edad de instalación del bloqueo determina cuánto desarrollo cognitivo hubo antes de él. Así, en ocasiones el cuadro es de muy pobre desarrollo cognitivo (autismo de la lactancia temprana de Kanner) o un desarrollo cognitivo apenas mayor (psicosis simbiótica de Mahler) y algo más avanzado (psicopatía autística de Asperger). La edad de presentación (de detección por otras personas) es siempre más tardía, por lo que los autismos son observados durante los primeros meses de vida pero el trastorno de Asperger en ocasiones recién en el jardín de infantes.
El desarrollo cognitivo marca asimismo la diferente sintomatología de cada cuadro. Siempre, como factor común a todos, hay simultáneamente pánico emocional, que conduce a un desarrollo cognitivo divergente, disociado de las emociones, el cual conduce a un desarrollo social divergente, disociado de las cogniciones.
La temprana edad de instalación hace que siempre haya algún compromiso del lenguaje.
La controversia entre quienes apuestan a una causa biológica y quienes apoyan una causa ambiental / psicológica carece de sentido, toda vez que no importa dónde comience el ciclo se verán comprometidas todas las áreas. La reducción de todas las causas a lo genético tampoco es sostenible: Los genes sólo pueden ser un predisponente de patología mental, nunca una causa. Siempre se requiere un desencadenante.
La controversia entre farmacología y (psico)terapias tampoco tiene sentido: Las experiencias de vida (la historia del individuo) nunca pueden ser modificadas por una sustancia química. Y las terapias a veces tienen que ser apoyadas por psicofármacos –en el caso de los TGD algo francamente inusual. Desde ya, los psicofármacos carecen de cualquier poder curativo.
Una restitución del desarrollo a carriles normales, lo que constituiría un inicio de curación, es ciertamente difícil, pero no imposible. Obviamente, la terapia debe incluir los aspectos emocionales, cognitivos y sociales de un niño de edad madurativa abrumadoramente temprana, por lo que están indicadas la orientación psicoeducativa profusa a los padres como representantes del contexto de un niño de edad madurativa muy pequeña, el abordaje (psico)terapéutico corporal (el abrazo de contención), atención temprana, psicomotricidad, fonología, etc.
No tiene caso abordar los demás aspectos si no se trabaja primero con el contexto. No tiene caso abordar los aspectos cognitivos si primero no se opera sobre las emociones. No tiene caso tratar la conducta si primero no se abordan el desarrollo y las desviaciones cognitivos.
Hacer cualquiera de estas cosas aisladamente (farmacología o conducta o emociones o cogniciones) necesariamente llevará a pobres resultados, en el mejor de los casos a sobreadaptaciones, con la excusa de que “no es curable”.
Debe proponerse una Terapia de Contención (Wernicke 1987), que incluya el tratamiento del cuadro causal si lo hay, orientación psicoeducativa a los padres, abrazo de contención, (re)habilitación de los sistemas funcionales alterados y quizás, sólo quizás, medicación auxiliar.